Y tras un estruendo cayó el chardonnay, las luces de la taberna se tornaban rozadas, luces que giraban en torno a la tapa de cumbrera y que simultáneamente se desplomaban como el último roce de una copa que se quebrantaba al contacto con el suelo. Se perdía un alma más que clamaba por su libertad en un silencio incómodo e intrascendente.
Nadie logró ver sombra alguna, el espacio entre la silueta que caía intrépidamente y el vino que se hacía etéreo, se consumió, no hubo sangre, no hubo gritos, la gente miraba y guardaba silencio, jamás alguien tuvo intención alguna de quebrantar aquella escena.
Tal fotografía trascendió en la mente de los presentes, cuando el chardonnay tomo la imagen del único culpable.
Habrían pasado quizá 3 minutos cuando el ruido del exterior hacia evidente que algo sucedía, ruidos de noche sucumbían por la ventana de aquel lugar, se mezclaban entre los suspiros y exhalaciones de los presentes, que en tumultos y entre sensaciones de angustia clamaban por un secreto que nadie se atrevería a confesar.
-Yo no hice nada-
Rompió el silencio una voz dulce que tiritaba frente al cuerpo inerte en el piso de la taberna.
Al otro lado de la barra la voz tomaba forma, una silueta curvilínea que daba cabida a unos ojos grises, grandes y brillantes que se azogaba y no dejaba de temblar.
-Claro que si pequeña-
-Tú le diste la copa-
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario